sábado, 12 de junio de 2010

El desarrollo del lenguaje

El lenguaje verbal
El lenguaje verbal está tan arraigado en nosotros que tenemos que hacer un cierto esfuerzo para poder comprender su importancia y para recordar todas aquellas dificultades que tuvimos al aprenderlo. La adquisición del lenguaje es un logro complejo y notable; exclusivamente humano. Ninguna sociedad animal ha desarrollado jamás un lenguaje que posea la diversidad y complejidad del habla humana, o que permita la transmisión y comprensión de una variedad infinita de mensajes.

El lenguaje verbal está tan arraigado en nosotros que tenemos que hacer un cierto esfuerzo para poder comprender su importancia y para recordar todas aquellas dificultades que tuvimos al aprenderlo. La adquisición del lenguaje es un logro complejo y notable; exclusivamente humano. Ninguna sociedad animal ha desarrollado jamás un lenguaje que posea la diversidad y complejidad del habla humana, o que permita la transmisión y comprensión de una variedad infinita de mensajes.

El lenguaje permite a las personas comunicar información, significados, intenciones, pensamientos y peticiones, a la vez que le posibilita expresar sus emociones.
Gracias al lenguaje, todo el mundo puede saber mucho más de lo que podría aprender por experiencia directa. El lenguaje interviene también, en general, en los procesos cognoscitivos; en el pensamiento, la memoria, el razonamiento, la solución de problemas y la planeación.

Capacidad productiva del lenguaje
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“Cada uno de nosotros puede crear, teóricamente al menos, un número infinito de oraciones que nunca antes se hayan pronunciado; cada una de ellas coherente, propia, gramaticalmente correcta e inteligible por otros”

EL COMIENZO del lenguaje puede remontarse al llanto con el que el ser humano anuncia su nacimiento. De este sencillo primer sonido evoluciona más tarde la maravillosa variedad de los que constituyen el lenguaje del adulto.
Una de las características del bebé es su constante movimiento: por esa característica, a la primera etapa de la vida cognoscitiva se le denomina “sensomotora”. En esta etapa los músculos están entregados a una continua actividad, y puesto que el llamado aparato vocal está compuesto de músculos, también se halla siempre ejercitándose. De los movimientos de la mandíbula, de los labios, de la lengua y de las cuerdas vocales se producen sonidos, balbuceos irregulares que podrían denominarse “pinitos sonoros”.
     Está demostrado que, en los primeros meses de vida, los pequeños pueden emitir todos los sonidos que se utilizan en los distintos idiomas del mundo: no hay diferencia entre los sonidos emitidos por un bebé chino y uno italiano o griego. En un principio, ¡todos hemos sido políglotas! Después, a partir del quinto mes de vida, o del sexto, se observa una transformación gradual: el bebé comienza a repetir sólo los modelos sonoros que oye en su medio. Por este mismo tiempo, los pequeños empiezan a controlar la secuencia de los sonidos: repiten muchas veces una cierta combinación de sonidos, luego pasan a repetir otra combinación. Es la etapa del “balbuceo silábico”: da-da-da, ga-ga-ga, ba-ba-ba, ma-ma-ma. Todos los bebés balbucean de modo muy similar y por esta razón las voces infantiles “papá” y “mamá” son tan parecidas en los distintos idiomas.

Las primeras palabras. Superadas las etapas de los “pinitos sonoros” y de los “balbuceos”, entre los ocho y diez meses los niños imitan frecuentemente los sonidos de los adultos (hay que subrayar: “sonidos”, no “palabras”). Estos pasos son importantes, pero desde luego aún no se trata de palabras que signifiquen algo. ¿Cómo podemos entonces afirmar cuándo los niños empiezan a pronunciar palabras con significado? La imitación y el reforzamiento son dos procesos importantes, fundamentales, y a ellos nos referimos al hablar del aprendizaje.

Otro proceso, igualmente importante, es la “asimilación del significado de las palabras”. Ante ciertos términos el niño debe manifestar una respuesta “selectiva” o “discriminatoria”. Por ejemplo, al oír la palabra “mamá” debe mirar a la madre, y no al hermanito, o cualquier otra cosa; al oír la palabra “pelota”, debe mirar hacia ésta y no a otra parte.
     Podemos constatar así, poco a poco, que el pequeño comienza a comprender las palabras hacia el final de su primer año. Poco después, en promedio al año de edad, estará en posibilidad de pronunciar las primeras palabras, verdaderas palabras, utilizadas de modo apropiado y con significado.
No obstante, en los meses que siguen a la asimilación de las primeras palabras, el lenguaje evoluciona con lentitud; el pequeño se siente atraído por otras actividades como caminar y explorar su medio, más que por hablar. Después, especialmente entre los 18 meses y los 3 años, se observan progresos rápidos y espectaculares: el “vocabulario” del niño, aumenta en esta etapa más de lo que habrá de aumentar en las futuras. Para la fecha en que han cumplido cuatro años, la mayoría de los niños habla con oraciones bien formadas que expresan a veces pensamientos sorprendentemente complicados. Hacia la edad de 6 años, el niño norteamericano tiene un vocabulario que varía entre las 8,000 y las 14,000 palabras. Esto significa que entre las edades de 1 y 6 años diariamente se añaden al vocabulario del niño de cinco a ocho palabras por término medio, lo que es verdaderamente un logro notable.

Las primeras frases. Los psicólogos todavía el difícil proceso mediante el cual el niño aprende la gramática y comienza a decir, por ejemplo: “Juan bebe la leche”, con el claro propósito de expresar una circunstancia muy precisa.
El niño emplea sus primeras palabras aisladamente, dándoles el valor de frases: se trata de la “etapa de la palabra-frase” o del “lenguaje telegráfico”, en el cual un solo elemento (representado por una palabra) resalta en menoscabo de los demás. Por ejemplo, “Mamá” puede significar: “La pelota me la dio mamá”, o “Quiero a mamá”,o muchas otras cosas. Este lenguaje rudimentario paulatinamente se vuelve más complejo y estructurado.

     El desarrollo gramatical puede ser propiciado por los padres, quienes deben repetir muy a menudo las expresiones de sus pequeños sin las distorsiones y las omisiones propias del lenguaje infantil. Esta actitud paterna es muy útil puesto que ofrece un modelo correcto que el niño puede imitar.
El niño no aprende por imitación pasiva, sino que elabora de forma creativa las reglas del lenguaje. Se confirma más este hecho, además, porque generalmente el pequeño “corrige” el idioma después de que ha comenzado a usar las formas gramaticales adecuadas.

La formación de conceptos en el niño
Los conceptos no son elementos estáticos sino que evolucionan continuamente. Ciertos conceptos aparentemente sencillos, tales como los de “animal” o “árbol”, cambian cualitativamente al paso del tiempo: aunque ya están presentes en la mente de un niño de veinte meses, son muy diferentes de los de un niño de seis años, el cual los maneja de manera más articulada.
La influencia del medio es muy importante para la formación de los conceptos por parte del niño: éste los asimila mejor o peor, dependiendo de si están presentes en el mundo que lo rodea.
Un niño de la ciudad hablará de un “árbol”, mientras que un niño del campo hablará de un “cedro”, de un “álamo” o de un “nogal” utilizando términos específicos, puesto que esa parte de la realidad que los árboles constituyen, está para él, conceptualmente mucho mejor articulada..
También los intereses desempeñan en esto un papel muy notable: hay muchos niños de cinco años que articulan con gran riqueza el concepto de “automóvil”, diferenciando con exactitud los distintos tipos y marcas; en cambio, son muchos los adultos que no podrán distinguir entre un auto deportivo y un sedán común.
Además de volverse más complejos y diferenciados al crecer el niño, los conceptos cambian de otras maneras. Pueden distinguirse a este respecto: el grado de “abstracción”, la “concordancia”, la “claridad” y la “accesibilidad”.

La abstracción. Algunos conceptos son concretos, tales como los de “hombre”, “animal” y “edificio”; en cambio otros son abstractos, como es el caso de “bondad”, corrupción” e “inteligencia”. En una primera etapa, los objetos y los hechos se agrupan conforma a sus características directamente perceptibles: los niños en edad preescolar tienden a clasificar los objetos según datos que saltan a la vista, tales como la proximidad espacial y temporal o las semejanzas de color, forma y posición. Al paso del tiempo, el niño asimilará también los conceptos con base en atributos abstractos y podrá dar una definición de términos tales como “justicia”, “envidia” y “caridad”.

La concordancia. Este término se refiere al hecho de que el niño entiende un determinado concepto en la misma forma que lo entienden los miembros de su comunidad. Al ser capaz de distinguir entre el muy personal significado que da a cierto término, y el significado que los demás le atribuyen, llega un momento en que su concepto concuerda con el de quienes lo rodean.

La claridad. Por claridad se entiende la precisión de un concepto y, por consiguiente, su disponibilidad para ser usado de modo más eficaz. El concepto de “una hora” es un tanto vago para el niño de tres años: por ende, no comprenderá bien lo que tiene que esperar si la madre le dice que saldrán dentro de una hora; no sabrá cuantas cosas puede hacer en ese lapso. El pequeño es menos hábil para usar los conceptos que conoce porque tiende a verlos con un sentido absoluto, más que relativo.

La accesibilidad. Con éste termino se denota la facilidad con que el niño logra descubrir sus propios conceptos y hablar de ellos. También en este caso se manifiesta una evolución conforme pasa el tiempo: el niño es cada vez más hábil para expresarlos

En síntesis, cuando el niño crece no sólo asimila una cantidad de conceptos siempre mayor, sino que éstos se afirman y adquieren un significado igual al que les otorgan los demás miembros de la comunidad. Por esta razón, el lenguaje se convierte en el medio de comunicación más adecuado y también el preferido.

El lenguaje no verbal
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Mediante el lenguaje, el hombre está capacitado para comunicarse con sus semejantes, así como para describir condiciones abstractas, expresar ideas y sentimientos y apoyar su propio razonamiento.
Sin embargo, basta una sencilla reflexión para intuir que otras formas de comunicación no verbales, desempeñan un papel fundamental en las relaciones interpersonales. La buena convivencia humana en gran parte consiste en comprender a las personas que nos rodean.  
     No es suficiente entender el idioma sino también los ademanes expresivos y las reacciones emotivas; cuanto mejor sepamos reconocer estas actitudes, mas adecuadamente sabremos desenvolvernos ante nuestro prójimo o interactuar con él. Por lo común, este lenguaje silencioso se adopta para aclarar o subrayar el significado de las palabras, pero muchas veces son precisamente nuestros gestos y nuestras actitudes los que con mayor eficacia comunican la parte más real y recóndita del mensaje.
     Los verdaderos pensamientos y sentimientos se evidencian en las actitudes y en los pequeños movimientos habituales. Un pie que golpe insistentemente el piso puede denotar cierta tensión o impaciencia; una manera de caminar desmadejada puede ser signo de indiferencia y falta de voluntad; un cigarrillo apagado con energía puede indicar una cierta irritación, mientras que el que se consumen lentamente entre los dedos revela un momento de distracción o el asomo de una fantasía.
     Muchas veces, para entender bien a una persona es preferible mirarla que escucharla; con un ejercitado espíritu de observación y mucho sentido común pueden juzgarse y comprenderse mejor las razones mentales y psíquicas de nuestros interlocutores: en síntesis, entenderemos y se nos entenderá.
Con los gestos, los ademanes, las posturas del cuerpo, las expresiones del rostro, la dirección de la mirada y el tono de voz, el hombre, siempre demasiado atento a las palabras, transmite una información ce carácter predominantemente afectivo y revela inconscientemente lo más íntimo y verdadero de su ser.

Servirse del lenguaje no verbal ayudará a comprender mejor las emociones y los problemas de los demás, y hará comprensibles los nuestros; este tipo de intercambio beneficiará nuestras relaciones con el mundo que nos rodea, haciéndolo más armonioso y menos insensible.

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